Cuando finalizó el primer movimiento, tanto músicos como audiencia se habían impregnado ya del lenguaje amable, la cordial intensidad y la calculada arquitectura de la obra. El segundo movimiento comenzó con su melodía de noble ternura llevada por el violín y el chelo a distancia de octava. Hasta entonces el semblante de Joseph no había abandonado su estado de severa concentración, un signo de profesionalidad que a su vez ocultaba el contenido de su alma.
Gonzalo F. M.
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